domingo, 30 de junio de 2013

UNA CUENTA PENDIENTE, LA HISTORIA ORAL DE LA GUERRA DE CASTAS: PROPUESTAS Y RECUERDOS DE CUANDO SE RODÓ EL DOCUMENTAL "LA DIGNIDAD MAYA"



De la Guerra de Castas de Yucatán (1847-1901) se ha escrito infinidad de cosas, y aunque pienso que las sumas historiográficas escritas por Don Dumond y Terry Rugeley son soberbias arquitecturas de esa rebelión de ahora y para siempre; pienso también, desde luego, que el tema no se ha acabado, y que los guerracastólogos pueden respirar tranquilos: la Guerra de Castas todavía tiene varias cosas que contarnos, y hay todavía varios cabos sueltos que faltan por atar. Doy un ejemplo: de la historia oral de esa guerra que, en palabras de Paul Sullivan, fue especialmente trágica por su larga duración, se ha indagado poco, o casi nada. Precisamente Sullivan, en su libro cardinal Conversaciones inconclusas. Mayas y extranjeros entre dos guerras, tocó el tema de la memoria oral entre los descendientes de los mayas que en la medianía del siglo XIX prendieron la tea de la rebelión en el oriente, y como una gran manga de langosta, a un paso estuvieron de tirar al mar al señor gobernador, al señor Obispo y “a todo blanco enemigo”. ¡Y así nos vamos! Varios antropólogos, como Ueli hostettler, en sus investigaciones en los años 90, hicieron historia oral en el centro de Quintana Roo. Se me viene a la mente un joven bachiller, Jesús Lizama, revisitando Tusik. Incluso Lorena Careaga, en Hierofanía combatiente, intentó hacer un poco de historia oral, siguiendo tal vez el ejemplo revolucionario que Nelson Reed hiciera en 1959 en Quintana Roo.

Sin embargo, y siguiendo las indicaciones de la "memoria colectiva" apuntadas por Rafael Pérez-Taylor, puedo afirmar, y sostener, que la historia oral de la guerra de castas se encuentra en pañales; en momentos difíciles en que los más viejos de las distintas tribus pueblerinas, los nacidos entre 1920 y 1940 (y que tendrían 93, 73 años actualmente), y que son herederos de la memoria oral de sus padres y abuelos nacidos a finales del XIX, biológicamente ya no les queda tanto tiempo para contar, para relatar. La historia oral de la guerra de castas -y más en el contexto actual de rupturas, hiatos lingüísticos, monolingüismos castellanos- se hace inevitablemente difícil.

En un intento de indagar la memoria oral de los más viejos de la tribu, tuve la suerte de hallar oro molido de 24 kilates, de la memoria oral de don Raúl Cob, ex chiclero de 89 años (es el que aparece en la foto de arriba), que trae entre sus parietales la memoria oral de sus abuelos. Él me habló de cómo las bombas de aviso que tachonaban los pueblos de la frontera yucateca a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, reventaban cuando “los del oriente bajaban”:
Decía mi papá, que aquí en Tixhualatún, sobre dos leguas de Peto, son los últimos pueblos donde entraron los del oriente cuando la guerra. Entonces, dice, la comunicación que hay solamente es así: se preparan unas bombas así, ¡grandes!; apenas entran, apenas ven que ya va a entrar la gente, que viene el enemigo, se prende la bomba. Cuando estalla la bomba y se escucha hasta sobre diez, cinco leguas, esa es la gran comunicación; entonces la bomba estalla y se escucha. Se forma gente que hay acá en Peto, se reúne la gente para que vaya a la guerra, a defender a esas pobres personas de Tixhualatún. Pero dice mi papá: Tienen que caminar dos leguas, por lo menos dos horas para que lleguen, y a los que tiene que matar, pues ya los mataron…Claro que se van, apenan escuchan eso [la bomba], se ponen en camino pero como no hay facilidad para nada, van caminando…Las bombas son para defender a la gente si entran los de allá".
El discurso sobre la memorial oral de la guerra de castas en los partidos de frontera, como este fragmento que he transcrito del largo discurso de don Raúl Cob, engarzan a la perfección con lo que me van contando los documentos: ese clima de zozobra latente, por el cual transcurrió la vida de los pueblerinos petuleños de la segunda mitad del XIX. El rescate de las memorias orales de la Guerra de Castas es, además de éticamente valedero, su justificación va más allá de un simple trámite investigativo, pues la memoria, como ha recordado Pérez Taylor, es el sedimento de la identidad de los pueblos: recordamos porque no queremos dejar de ser nosotros mismos, persistiendo en el ser como diría Spinoza recordado por un Borges memorioso. Sin embargo, vuelvo a externar mi preocupación sobre esa memoria que hoy día, mientras escribo esto, se está acabando, se está yendo.

Libros como el de Genaro Pool Jiménez, Historia oral de la Guerra de castas de 1847 según los viejos descendientes mayas, escrito primero en lengua maya y luego traducido por Fidelio Quintal Martín, con edición de la UADY de 1997, es uno de los pocos trabajos que inciden en la memoria oral de los “viejos descendientes mayas”. Sin embargo, el pequeño librito peca de una falta garrafal: los “informantes” de Pool Jiménez fueron personas mayores originarias de antiguos pueblos fronterizos de la segunda mitad del siglo XIX como Peto, Sacalaca y Felipe Carrillo Puerto. La crítica que se le puede hacer a dicho trabajo de Pool Jiménez, es que no discrimina a sus informantes, ya que alguien dentro de la frontera yucateca divergirá en el relato de lo que una persona originaria del centro de Quintana Roo referiría. Es decir, el relato de don Raúl Cob que he transcrito, es imposible que se encuentre entre una persona del centro de Quintana Roo por razones de que unos esperaban a “los del oriente”, y los del oriente eran los que llegaban: son memorias orales que rompen la dialéctica del recuerdo.

Sin embargo, trabajos serios sobre la historia oral de la Guerra de Castas se cuentan con los dedos de la mano. Salvo el de Genero Pool Jiménez, no logro recordar ahora otro trabajo que se aboque expresamente al estudio de la memoria colectiva. Una directriz posible de una posible investigación de la memoria oral de la guerra de castas, tendría que establecer estos criterios epistemológicos:
a).- El investigador o la investigadora (llámese tesista o estudioso por su cuenta) tendrá que tener una memoria de prótesis sobre la guerra de castas. Es decir, leerse varios textos de ella. Nelson Reed es el indicado, y luego puede pasar a lo que guste.
b).- Una vez que tenga esa memoria de prótesis, pasará ahora a fabricar un paisaje de las regiones y subregiones posibilitadas por la guerra de castas del Yucatán de la segunda mitad del siglo XIX. A saber, esas regiones, grosso modo, son el noroeste yucateco, la región campechana, la región sureña de los mayas pacíficos por el rumbo de los Chenes; los partidos fronterizos como Peto, Tekax, Sotuta, Ticul, Valladolid y Tizimín; y la territorialidad de los rebeldes de Chan Santa Cruz y sus subtribus.
c).- Acto seguido, el trabajo de campo. Y aquí entra de lleno la discriminación de los informantes por parte del investigador o la investigadora (o el estudioso o estudiosa por su cuenta) mediante la siguiente pregunta: ¿pretende investigar la memoria oral de los pueblerinos descendientes de los pueblerinos de las regiones de frontera, o pretende saber la memoria oral de los herederos de la Cruz Parlante? Esto es importante, porque los discursos variarían. Yo le recomiendo que haga historias orales multisituadas para acto seguido cotejar datos y armar la historia oral de la guerra de castas mediante los dos discursos a ambos lados de la frontera.
No quiero terminar este boceto de investigación futura, sin antes recordar a una alemana que una vez, para mediados de 2009, estuvo en Peto queriendo hacer algo más o menos como lo que he planteado. Se llama Antje Gunsenheimer. Gunsenheimer tal vez venga de esa escuela alemana de mayistas –el más representativo es Nikolai Grube-, y en un alemán entrecortado, nos platicó tanto a mi amigo Francisco May y al cronista de Peto, Arturo Rodríguez Sabido, lo que quería hacer, o lo que planeaba hacer entre Peto, Valladolid y Felipe Carrillo Puerto, y que estribaba en la siguiente pregunta:
¿Qué recuerdan de la guerra de castas los de Peto?
Sin duda, el hecho de que Gunsenheimer planteara su pregunta, se comprende porque Peto fue uno de los lugares donde más se cebaron los rebeldes que, en gran medida, eran originarios de Peto, y que golpearían fuerte las décadas posteriores a 1847, al capitalismo blanco y mestizo de la recién zona de provisión abierta por los cañaverales. Sus golpes recurrentes harían mermar económica y demográficamente a la zona.

¿Qué recordábamos los de Peto sobre la guerra de castas? Pues arguyo las siguientes hipótesis de qué recordábamos para ese entonces. Arturo recordaba la pequeña parte de la Guerra de castas que escribiera en su libro Semblanza histórica de Peto, y se sentía satisfecho por ello; Pancho May recordaba algunas cosas que no quiso decir cuáles eran porque no las tenía bien claras para ese entonces; y yo recordaba a Victoria, a la Bricker; y también a Villa Rojas, y a las clases aburridas de historia de Yucatán de la secundaria. Es decir, no sabíamos más cosa que cualquiera pudiera saber con un buen surtido de lecturas de memorias de prótesis. No supimos qué contestarle a Antje Gunsenheimer, porque era claro que no teníamos la memoria oral de los viejos, aunque un recuerdo mío me cincelaba la memoria en aquel instante, pero no se lo dije a la alemana. Fue éste: Cuando tenía 10 o 12 años, vi a mi abuelo (que nació en 1920) limpiar sus dos carabinas, y le dije aquella vez:
“De qué te sirven, si nunca has ido de cacería”.
El padre de mi padre contestó:
“Por si vienen los indios”.
En esa tarde remota de mi infancia, yo no sabía qué era exactamente lo que me estaba diciendo mi abuelo don Cres. Años más tarde lo sabría, al ponerme el overol de historiador y buscar en los archivos de Mérida los rastros del Peto de la segunda mitad del siglo XIX: el hecho de que una sociedad pueblerina altamente militarista como fue el Peto de ese entonces, que vivía con el azadón en una mano, y con el fusil en la otra, me cautivó. Mi abuelo venía de esa estirpe de pueblerinos que le hicieron frente varias veces al otro Crescencio, al enorme general Crescencio Poot.
***
PANCHO MAY ESTABA ILUMINADO POR AQUELLOS DÍAS, Y UNA IDEA FIJA LO MOVÍA: TRATAR DE REVIVIR EN IMÁGENES Y DISCURSOS A LA GUERRA DE CASTAS
Meses después de la conversación con la alemana, en una fría noche de diciembre de 2009, le platiqué a Pancho May esa gesta de los mayas rebeldes del oriente de la Península, “que de todas las rebeldías de los indígenas, desde que los araguacos dispararan sus flechas contra los marinos de Colón, ésta era la única que había tenido éxito” (Pancho May no sabía que yo citaba de memoria trozos completos de Nelson Reed, y luego lo sabría y me estaría jode y jode). Florituras de más, florituras de menos, aquella noche memorable le dije a Pancho May:
“[...] que Peto es importantísimo en la historia de la guerra de castas, que si en Tzucacab se firmaron los indignantes tratado de paz, en Peto mismo, en el atrio de la Iglesia se rompieron al día siguiente por el ejército maya del oriente comandado por el hermano del bravo Cecilio, Raymundo Chi, que le quitó el cetro y los papeles al maricón de Pat, y que le dijo que ¡ni madres!, que la guerra seguiría hasta echar al mar al señor gobernador, al Señor obispo y a todo blanco enemigo”.
Pancho May, desde aquel momento, quedó arrobado, y puedo decir que hechizado por la historia de la guerra de castas. En aquel entonces, Pancho May ya había hecho un pequeño documental sobre la migración petuleña, y me dijo que hay que hacer un guión sobre la guerra de castas para meterlo en el CDI y hacer un documental sobre ello. Le dije que está bien, que hay que hacerlo. Como vivía en aquel entonces Pancho May en Valladolid, contactó a dos descendientes de Jacinto Pat.

Yo había hecho trabajo en el centro de Quintana Roo, y pues contacté a mis antiguos informantes de Tixcacal Guardia, de Señor y de Yaxleil. La cosa lo fuimos discutiendo por meses, y por meses yo le pasaba a Pancho May literatura sobre la guerra de castas. Pancho May, a cada texto que pantagruélicamente devoraba, se quedaba más prendido y más comprometido con la historia de la guerra de castas.

Fue así como empezamos, para los meses de mayo-agosto de 2010, a hacer las entrevistas de historia oral. Llegamos a la idea de que había que darle primacía a los abuelos y, al mismo tiempo, intercalar a los estudiosos del tema. Entrevistamos a señores de Ichmul, del centro de Quintana Roo, a un general cruzoob, fuimos al santuario de la Cruz Parlante, tuvimos entrevistas con el cronista de Felipe Carrillo Puerto, Carlos Chablé, hubo puntos de vista femeninos sobre la guerra de castas, nos internamos en la selva de Majas para buscar las "trincheras"; se tomó al fuerte de Bacalar y a la laguna siete colores varios minutos de cinta; y junto con Víctor Tziu Aké, el gran Chapis, que fungía de intérprete y traductor cuando nos internábamos en la selva, visitamos Tepich, Tihosuco, Tixcacal Guardia, tantos y tantos lugares; subido a un mul (o cerro piramidal), fui picado por avispas, me trató pésimo la selva de Pino Suárez; y a sugerencia mía, Pancho May y Chapis entrevistaron en Cancún a la investigadora Lorena Careaga, que gustosa participó en ese documental; y al doctor Jesús Lizama, del Ciesas Peninsular. Pancho May estaba iluminado aquellos días, y una idea fija lo movía: revivir en imágenes y en discursos la guerra de castas que tanto lo atrapó, como a mí me sigue atrapando, y estoy seguro que también a él.

El resultado de tantas idas y venidas, de tantas vueltas y revueltas por la selva y sus caminos, por los pueblos y las urbes de Yucatán y Quintana Roo; e incluso el resultado de tantas discusiones y contradicciones de ideas, fue el bien trabajado (toda la edición fue de Pancho May ayudado en las traducciones por Chapis) documental LA DIGNIDAD MAYA, que no le haría rico a Francisco May, pero que sin duda le daría un reconocimiento merecido, porque de él fue el trabajo. Un trabajo colectivo donde dieron su tiempo los abuelos, los investigadores, y los colaboradores como Chapis y este que recuerda.

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