miércoles, 29 de octubre de 2014

EL NOBLE ÁRBOL HERIDO



Jennifer Mathews, profesora estadounidense de antropología de la Trinity University, de San Antonio "Tecsas", traduce el nombre maya del zapote (ya') de una forma un poco radical. Dice que el zapote es un noble árbol herido. Esa interpretación tal vez es discutible en el término maya yucateco ya’, con el que se conoce al zapote.
Tal vez Mathews, como me ha hecho ver el maestro Wilbert de la Cruz Uc, confunde el termino ya’ que significa zapote, con el término yaaj, que significa dolor. Sin embargo, como metáfora del proceso de extracción de la resina del zapote, a lo que sugiere Mathews con su traducción libre no le pongo ninguna objeción: el zapote, en tiempos de la época del chicle (1900-1950), era un noble árbol herido por esos carpinteros humanos y trashumantes de la selva, los chicleros.
Los mayas antiguos y el pueblo guerrero de los aztecas conocieron tanto al árbol como al fruto: tzictli en el lenguaje del poeta Netzahualcóyotl; ya', en el de los hijos de Tutul Xiu y Cocom. Ambos grupos mesoamericanos  mascaban su goma para aliviar los dolores de la panza, para apagar la sed, quitar el hambre o para sus ritualidades.
Entre las características que más llama la atención de los modernos silvicultores, está la longevidad del árbol y su resistencia desaforada. Resistente a las peores sequías, al calor más agobiante de la Península, que es el calor sub-húmedo de las tierras palustres de Quintana Roo; el longevo árbol del zapote, su médula rojiza, no se quiebra ni con los coletazos más fieros de los vientos del huracán, pero otorga su leche maternal al picado amoroso de los gambusinos de la selva, los ya olvidados chicleros.
Los antiguos mayas utilizaron los matusalénicos y sansónicos maderos del zapote para su sacra arquitectura intemporal. En todo vestigio de ruinas, de templos comidos por la selva y palacios agenciados por el INAH, el ojo avizor del curioso se encuentra con una viga o un dintel enhiesto y haciéndole frente a los milenios. En un edificio del clásico maya, generalmente el esqueleto de la argamasa y las piedras amontonadas estaba construido con este noble árbol que, durante casi medio siglo insufló vida a los pueblos del sur y oriente de Yucatán, de Chetumal, las Islas; y posibilitó la fundación de centrales chicleras (como el Kilómetro 50 luego convertido en José María Morelos[1]) y aldehuelas cercanas a las aguadas y tierras profundas y fértiles que recorrían los chicleros, que con el tiempo serían pueblos del Quintana Roo moderno.




[1] Sobre esto, cfr. la tesis de maestría de Wilbert de la Cruz Uc Uc, (2013), La población maya morelense en las estructuras del poder político local, Chetumal, UQROO.

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