domingo, 2 de marzo de 2014

DE LA POCA ASISTENCIA A "PLAZA CARNAVAL", O REFLEXIONES SOBRE ALGUNAS COSTUMBRES DE LOS MERIDANOS

A Joaquín, caminante profesional, y en recuerdo de las caminatas infernales que hicimos por las calles empinadas de San Cristóbal, y que siempre se ha asombrado por esa costumbre meridana del no caminar
La poca asistencia este año a la nueva sede del carnaval de Mérida, "Plaza Carnaval", ubicado en Xmatkuil, al sur de la ciudad, es simple: no se debe, claro que no, a una protesta consciente, ciudadana y cívica de los meridanos ante un acto autoritario de los beduinos de Mérida, dueños del capital, y la presidencia municipal derechista de la capital yucateca. La razón de la poca, o poquísima concurrencia, es más mundana, y tiene que ver con la mentalidad meridana: a los meridanos, como a la mayoría de los yucatecos, pero en cotas mucho más altas, no les gusta caminar, moverse de su espacio vital. Yo he visto a más de un meridano tomar el camión para recorrer tres esquinas, y eso me fuerza a hacer algunos comentarios sobre el desprecio meridano por el caminar.
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El yucateco es un pueblo que la piensa dos veces para cambiarse de sitio, le gusta la comodidad de la sombrita o el fresco de la hamaca, y ahí puede estarse horas jetoneando o jodiendo el avance por las calles estrechas del centro de Mérida. Si el yucateco es flojo para caminar o para movilizarse, los meridanos son el doble de flojos para caminar o cambiarse de lugar. El meridano tiende a la inmovilidad, y podría decir que a la ataraxia total, y es un ser anti heracliteano de armas tomar (para el meridano, ni el río fluye porque no existen ríos en su laja de piedras inacabables, y sí puros cenotes inmóviles) y la filosofía parmediana es su slogan de batalla: lo que es, es; lo que no es no puede ser: no me interesa caminar más allá de los muros meridanos, lugar donde el es, no es.
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Un pueblo que consume hartos kilos de puerco al año –el yucateco es un comedor de puercos a diestra y siniestra-, el meridano descubre que algo malo pasa en la mentalidad de aquellos que frecuentan caminar por las noches: las noches sólo sirven para tomar el fresco, sentado cómodamente en la mecedora. Si existe un verbo aprendido por el meridano desde sus tiernos años de lactante, es el verbo mecer: puede no saber lo que significa el copretérito y pospretérito, pero el meridano conjuga hasta en tiempos inexistentes el verbo mecer: mece en su hamaca y mece en su silla mecedora, su dicha es mecer como un péndulo de Foucault de aquí hasta la pudrición de los tiempos. Pero su péndulo, su mecer inmarcesible no es avance, es concentrarse en un punto, fijar el tiempo en un espacio bullicioso –porque el meridano es bullicioso- y quedarse ahí, en la eternidad del no avance meciendo su simpleza inmóvil. Inmóvil en la luz pero danzante.
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Y esto de la inmovilidad yucateca tal vez tenga una explicación lógica, geográfica, solar: el yucateco –y más en Mérida, donde los árboles han sido pasados a machete y sierra por el espíritu deforestador de un meridano ecocida, temeroso del recuerdo mitológico de huracanes Isidoros- rehúye como a la peste al sol calcinante del trópico. Dije que busca la sombra como los inmundos bichos nocturnos que temen a la claridad de la mañana, a la radiante frescura de la mañana; de ahí que el meridano, aunque no tenga un peso en sus bolsillos, busque afiebrado la "tranquilidad" de los centros comerciales, únicamente para huir de la luz y buscar el fresco de los aires acondicionados.
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Y de esta última aserción podemos colegir otra: como es un ser de oscuridad y de aire acondicionado, concluimos que en Mérida sea fácil caminar y movilizarse con alta rapidez por las calles del centro si uno conoce las costumbres de este pueblo bárbaro (el meridano), que execra y abomina del dios solar (podría decir que es un pueblo afeminado porque, al contrario de sus ritos con que pretende alejar la fiereza del sol, no le teme a la luna, aunque no he comprobado si existen algunos ritos lunares que profesa este pueblo). De 12 am a 4 pm, y hasta a las cinco de la tarde para los más refunfuñones como el quien esto escribe, caminar por el centro de Mérida se complica si uno no sabe hacia dónde tira la recua meridana: la cadencia solar de las banquetas sin sombra es la rapidez, la movilidad total, el orden de la soledad para el que pretende avanzar; la sombra es el caos, el apiñarse de cuerpos, la piltrafa de personas que no avanzan nunca pero no se asolean y no transpiran. ¡Pobres imberbes!, no saben que, al rehuir del sol, traspiran más, huelen la carcoma del otro, se impregnan de pedos de vieja y constriñen el espacio vital a un mar de gente poco práctica para caminar. Las altas temperaturas que inundan la Península desde los tiempos cuaresmales, y que sólo se aquietan un poco cuando el otoño ha avanzado tres cuartos de su camino, hacen que el meridano la piense más de una vez para caminar por las calles de esa Mérida devastada por la deforestación y el unánime cemento.
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Y cuando llegan las lluvias con su cauda de alegría, a entibiar el verano incinerado de los pueblos más allá de Mérida, acá, en esta Mérida cantada y martillada de ripios por malos poetas y pésimos trovadores, la lluvia es recibida por el meridano inmóvil con desprecio de un hombre nostálgico del desierto que no tiene. Es que la lluvia no es mala para él, ¡es malísima! Y si es un meridano con ínfulas aristocratizantes, frente a su ventana contemplando al maldito chaparrón que amenaza siniestro en el horizonte, mandará improperios contra los antiguos dioses de los indios, porque no se atreven a callar de una vez para siempre esos chaques y esos pahautunes del demonio no extirpados cuando la persecución de las idolatrías. Y al sol que hace arder la memoria del viento, se aúna ahora la lluvia que inunda las calles, que penetra hasta en los sobacos de sus damas morcilludas, que reboza todas las alcantarillas anexas al detritus de los mercados. Y conociendo las costumbres de este hombre que preferiría morirse en su hamaca, que salir a caminar con cuarenta grados a la sombra y sortear las calles del centro convertidas en mar pestilente por una lluvia maldita, ¿le hablan de trasladar su bofo cuerpo a tierras inhóspitas más allá de un sur al que temen los bárbaros?
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