martes, 10 de septiembre de 2013

Entre los pliegues de ese simulacro de vida

El secreto de que todo dure es persistir en el ser, dijo Spinoza recordado por Borges. Y yo pienso que el secreto de la amistad, o de otra cosa, radica en el hecho de que el que esté frente a ti sepas tú como va a actuar, como va a mover los dedos de sus manos. La amistad sólo se da por medio de fijezas, y a uno, estoy seguro, las personas les gustan porque siempre han sido según como el recuerdo, y no es una perogrullada decirlo así. En el “te conozco” va implícita toda una historia milenaria de relaciones sociales, desde que el hombre dejó de ser bestia. Con una persona tienes confianza porque sabes cómo reacciona, etc, porque según tu cuadrícula mental, reaccionará de esta manera, y se comportara de esta forma. Pero cuando una persona cambia de forma radical, da miedo, y genera un rechazo y una suspicacia. Yo conocí a alguien que un día, al levantarse, dejó de verse en el espejo. Todos sabían que ese alguien era reservada, se comportaba de esta forma; era, como dicen las muchachitas actuales, “muy tranquis". Un día ese alguien cambió: comenzó a ser más extrovertida, nos enseñaba partes de su vida que nunca supimos, o si sabíamos, era de oídas, tangencial. No iba a fiestas y se volvió mole de todas. No era platicadora, y nos bombardeaba con su cháchara diarreica. No bailaba, y hasta me dicen que hasta al tubo le entra ahora. Yo tuve miedo de esa mujer -porque es, irremediablemente, una mujer-, de ese cambio radical hecho en unas cuantas semanas. Medio mundo preguntó que qué le pasó. Yo supuse que algo se quebró dentro de ella, algo dijo click, algo fue el detonante para que esa parte atrancada de su personalidad comenzara a salir a contemplarla todas las mañanas de sus días. Siempre que la veo me pregunto si todavía está ahí, entre los pliegues de ese simulacro de vida.

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