viernes, 19 de julio de 2013

"QUE LAS COSTUMBRES DESCIENDEN A UN GRANDO MÁS INMUNDO QUE EL DE LOS HÁBITOS DE LOS ANIMALES MÁS VILES"

No sé si es una joya lo que me conseguí hoy, pero el libro es del año 1943, y se llama Historia del descubrimiento y conquista de Yucatán, escrita por Juan Francisco Molina Solís. Solamente tengo el segundo tomo, el que versa sobre la Conquista de Yucatán, y creo que tendré que sacarle fotocopias al primero para tenerlo completo. Dice Molina sobre la conquista:
El aislamiento en que había permanecido el nuevo continente respecto del antiguo, el predominio completo del paganismo y de la idolatría, habían corrompido las costumbres, viciado los hábitos, y tergiversado las nociones fundamentales del derecho de la virtud y del bien. La antropofagia sembraba la crueldad y el desprecio de la vida del hombre en las relaciones del pueblo a pueblo; las liviandades más abominables manchaban la vida individual; y el culto de la fuerza, del éxito, borraba las ideas de la justicia, y propagaba la convicción de la necesidad de la esclavitud. Un estado social constituido así, en pugna con los principios más fundamentales de la humanidad, de la razón, de la civilización cristina, no debía durar, y, por esto, las naciones civilizadas tenían el derecho de extinguir esos vicios, por medio de la doctrina, de la persuasión, del convencimiento, y también, en caso necesario, por el medio extremo de la guerra. He aquí el principio que legitima la conquista.
Y reiteraba Molina:
Cuando un pueblo se pone en abierta lucha con los principios fundamentales de la civilización cristiana, cuando conculca los derechos naturales, cuando adopta, como sistema, los malos hábitos, cuando santifica oprobiosas liviandades, y convierte las malas costumbres en práctica social, nadie puede negar que las naciones civilizadas tienen derecho perfecto para mezclarse en el seno de esos pueblos, con el fin de regenerarlos. Si para esto es necesario, absolutamente necesario, sustituirlos en lugar de los poderes establecidos, nadie puede negar que esa sustitución es legítima, porque la exige el bien social, el bien de la humanidad. Nunca el derecho puede aprobar que las naciones civilizadas estén condenadas a contemplar inerte y silenciosamente que los hombres se coman entre sí, que las costumbres desciendan a un grado más inmundo que el de los hábitos de los animales más viles, y que se borren todas las ideas de la nobleza y dignidad humanas, por la práctica, sin cesar repetida, de actos contra natura.
Sin duda, estas dos cláusulas gines-sepulvedianas del libro de Molina Solís, son bastante discutibles. ¿Eran en verdad “civilizados” los barbudos que comenzaron a llegar después de Colón? Descreo mucho de ello (en las Antillas se cometió un genocido de proporciones inmensas, y que frente a esa muerte de taínos y caribes de los siglos XV y XVI, la muerte de judíos del siglo XX quedan opacas), pero en una cosa coincido con don Molina Solís: sí, había elementos suficientes para que el contacto se diera; sí, había razones más que juridicas para el contacto; y al menos después de la conquista, las visiones cristianas detuvieron esos ritos antropofágicos, para sublimarlas en el rito dominical del cuerpo y la sangre de Cristo. La soledad americana, tarde o temprano iba a ser desaparecida, y dudo mucho que hubiese otro pueblo invasor que no hubiese reaccionado de forma igual como hicieron los españoles feudales ante lo desconocido.

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