domingo, 19 de mayo de 2013

Claveles rojos para tu tumba, General Elías Rivero (1875-1947)

El mundo es bueno, la luz y el café son buenos, la tarde y mis recuerdos, ¡no!...Este día digo que es radiante, aunque yo no tenga a quien contarle qué cosa tiene de radiante, y por eso escribo en este blog para exorcizar mis cotidianidades. Hoy, en la mañana, me fui al Cementerio General de Mérida; tomé dos autobuses, uno para el centro, y otro que decía 62 Amapolas, bajándome frente al Panteón Florido, por el sur cercano al centro de la ciudad. Iba en busca de un paisano que se volvió un mito entre los lugareños de la región, un revolucionario de las primeras horas el cual hizo justicia, simple y brutal justicia, a los campesinos de la región levantándose en armas contra el dueño de la finca azucarera Catmís, matando a dos Cirerol, liberando a peones (yaquis y mayas), y diciendo, a la burguesía petuleña porfiriana, que ya se habían acabado esos tiempos”, que un nuevo tiempo para Peto comenzaba a crecer desde los primeros pasos revolucionarios que comenzó a dar, en marzo de 1911, el personaje que venimos comentando; un tiempo que podríamos señalar, como los tiempos de Elías Rivero. Fui en busca de una fecha de muerte, de un nombre y un mar de recuerdos de archivo, y regresé con una felicidad que no cabía en el pecho, que desbordaba hasta mi sombra.
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Fui en busca de Elías Rivero, mi general, el hombre a los que los más viejos de los viejos, lo recuerdan todavía porque estaba del lado de los pobres (“¡Es mi general!, me dijo el padre de Martiniano Heredia, secretario del comisariado ejidal, de nombre igual y de 96 años), y porque en sus reuniones políticas con los campesinos de la región, les prevenía de que “cuidadito con que regresemos a los tiempos de la esclavitud” (según Francisco Poot Aké, de 90 años). Al llegar al Cementerio General, vi el lugar detestable donde aquel maldito día de enero de 1924 mataron a ese hombre bueno y sincero y valiente y guerrero que fue don Felipe Carrillo Puerto (el dragón rojo con ojos de jade de Motul) y me puse a llorar con ganas, y quise escribir un poema a su memoria, pero no tenía pluma y papel a mano. "No abandoneis a mis indios", decía el busto frente al muro donde lo mataron, ¡y qué importa si dijo o no esa frase rotunda don Felipe Carrillo Puerto frente al paredón de fusilamiento, si toda su vida de agrarista fue de un no abandono continuo, sostenido, a sus indios, a la gran masa de pobres, excluidos y olvidados de la península! Él les dio fuerza, él hizo que su sangre estancada por los años esclavistas del henequén brotara de nuevo, bullendo enardecida.
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Hice una guardia en solitario frente al busto de Carrillo Puerto, y luego me fui a la “Rotonda de los socialistas yucatecos distinguidos”, y ahí estaba la placa, detrás de la tumba donde yacen los restos del Dragón Rojo, con el año en que murió don Elías Rivero, el general Rivero levantado en armas en dos ocasiones (en 1911 cuando se supo que en el norte había estallado la revolución contra don Porfirio; y en 1924, cuando los esbirros de los "reyes del henequén" le habían dado artera muerte a Carrillo Puerto), el hombre fuerte del socialismo en Peto durante más de 20 años. 1947 fue el año en que murió de muerte natural (tenía 71 años, porque en 1911 había declarado que tenía 35 años de edad), y no había dejado descendencia (esto me lo contó doña Nidia María Rivero, de 92 años, que viene siendo hija de la prima de Elías Rivero).
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Rivero comparte para la eternidad nicho con otro león del oriente, Pedro Crespo, de Temax, levantado en armas el mismo año de 1911...Al llegar a la placa donde reposan los restos de Rivero y de Crespo, otro vez las lágrimas, esas malditas lágrimas, brotaron de lo más hondo de mi alma cuando leí lo siguiente:
“A la memoria de los ciudadanos Pedro Crespo (noviembre 12 de 1944) y Elías Rivero (mayo 31 de 1947) recuerdo del Partido Socialista del Sureste…”
Por eso este día, para mí, es de una felicidad completa, porque rara la vez vierto lágrimas, y estas fueron lágrimas de emoción, de sincera emoción. En una de las varias florerías que se encuentran en el Cementerio General, compré claveles rojos (un símbolo que resulta superfluo explicar) y una veladora, hice una guardia de honor otra vez, y me acerqué a la placa para decirle:
¡Vives, vives todavía porque te recuerdan tus hermanos, General!

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