lunes, 15 de abril de 2013

¿Un Chavismo sin Chávez?

 

 Pues sí, la memoria colectiva es corta, como cortísima fue la diferencia de ayer entre el oficialismo y la oposición venezolana, casi igual a la diferencia que hubo entre Calderón y López Obrador en 2006: 235 mil votos más para un chavismo que, apenas muerto su caudillo, se comienza, lamentablemente, a desmoronar en esa aparente fuerte ligazón que unía a las clases populares de Venezuela con el caudillo de Sabaneta....Lo de Venezuela es un caso hermoso para los politólogos y científicos sociales, un caso para recurrir a la imaginación sociológica: ¿Qué fue lo que transitó en menos de un mes por la conciencia de la mitad de los venezolanos con derecho a voto, como para dejar el chavismo a un lado y volcarse los indecisos hacia la oposición de derecha?

Yo pienso que el sector chavista del voto -el "núcleo duro" del chavismo- en realidad cumplió con su prometido: fue ayer a votar por Chávez, digo, por Maduro, digo por el pajarito de no sé quien, y a duras penas sacó avante el proyecto de país que anhelaba el comandante (y no sé si ese proyecto de país lo desea con radical constancia Maduro, pero descreo que el corrupto Diosdado Cabello comparta un mínimo de eso). Por otro lado, la oposición al chavismo siempre estuvo ahí, así como también los indecisos: esta vez este sector último de los votantes pasó la factura a un chavismo desalmado (en el entendido de que el alma del chavismo era el del que descansa ahora), un chavismo "dependiente" de La Habana, un chavismo que vampirizó la muerte del muerto grande, un chavismo acéfalo que a cada momento se hace difícil su viabilidad sin su carismático comandante.

Maduro no tiene para nada el carisma de su predecesor, es un hombre sin gracia, un obrero del metro al que se le hace difícil mover su voluminoso cuerpo en una tarima para arengar a una multitud entristecida por no ver ni una traza, ni un gesto, ni una risa que recuerde a ese portento de carisma que era el comandante Hugo Chávez. Además, Maduro no sabe cantar ni en la regadera, y Maduro no estaba –él lo ha dicho- para hacer política: él era solamente el brazo derecho del muerto.

Apenas hace un mes, movido el teclado por la tristeza que me embargaba, dije que ya no sería Chávez sino el chavismo. Luego, después de ver los fastos multitudinarios, las ceremonias de Estado, la tesonera consistencia de hacer política con el muerto presente, después de asistir al horror de saber que a Chávez, el hombre, no lo dejan pudrirse tranquilamente, como buen cristiano que era, en un cementerio de provincia, y por el contrario, a semejanza del salvajismo eslavo y chino, utilizan su cadáver para momificarlo –momificando con ello sus ideas-, después de ver casi el descaro infantil en eso del “pajarito de Maduro”, se me hace difícil seguir creyendo en un chavismo sin Chávez; y creo, sí, que el chavismo sufre la misma enfermedad de su fundador, un cáncer que lo carcome y mina desde adentro: el cáncer de los intereses privados, y Diosdado Cabello, un militar acusado de uñas largas, es el germen o el elemento catalizador. Sin duda, los indecisos, además de memoria colectiva, tienen algo que el núcleo duro de todo grupo político cuenta con poco: cerebro, cosa que, sin duda, celebro.

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