lunes, 1 de abril de 2013

DON JUAN BLANCO RECUERDA A HILDA Y A JANET

En Peto sucede como en Chetumal con Janet: muy pocas mujeres se llaman Hilda
De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos...En menos de un año arrojó sobre el pueblo los escombros de numerosas catástrofes anteriores a ella misma, esparció en las calles su confusa carga de desperdicios...Hasta los desperdicios del amor triste de las ciudades nos llegaron en la hojarasca...García Márquez, La hojarasca.
Lo vi detrás del mostrador de una antigua farmacia de la calle 30, y sin pensarlo dos veces, me presenté de sopetón al hombre, a don Juan Blanco. La calle 30 fue la arteria principal del pueblo donde a principios del siglo XX, la "hojarasca" del chicle pasaba con sus arrias sedientas, con sus violentos tuxpeños y sus pleitos estrepitosos, con sus fiebres de turcos vendiendo sus baratijas pendejas con el eco de los machetazos de los bravos chicleros templando el aire cálido del pueblo, mientras iban fluyendo por sus venas de calles onduladas las marquetas de chicle extraídas de la selva del oriente y sur de la península. En esta calle pasaban las mulas de ida y de regreso: de ida, llevando las mercancías traídas por el ferrocarril hacia los hatos chicleros; y de vuelta, trayendo las marquetas de chicle, los animales cazados por los chicleros, o los productos capturados en el trayecto de regreso. En “la treinta” puso su comercio don Diego Espinosa, oxkutzcabense atraído por la fiebre del chicle. Y también en la treinta, frente a la vía del tren, asentó sus reales el viejo tuxpeño, Roberto Vidal, cuyo establecimiento de comercio sería saqueado, incendiado y destruido a mediados de 1940, por una turba enardecida de petuleños, enfurecidos porque Vidal desjaretó su revolver contra un político local de la chingada.
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Las viejas vitrinas de la farmacia que atendía el difunto hijo de don Juan Blanco, fueron cambiadas a un mostrador de maderas bastas, porque la antigua farmacia fue convertida desde hace más de una década en carnicería, una de las múltiples profesiones que don Juan, con sus 87 años a cuestas (su verdadero nombre, me dijo, es Juan Bautista Yupit, nacido en Tekax en 1927), practicó en un momento de su larga y productiva vida.
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Digo que detrás de ese mostrador, me le presenté a él y a su nuera (quien atiende junto con don Juan la carnicería), y comencé una plática sobre su vida de chiclero...
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Don Juan comenzó a hacer sangrar las matas de chicozapote a los 10 años, algo que pocos, a esa edad, harían actualmente (en esa época la niñez se difuminaba, porque al chicle había que entrarle o no entrarle). El viejo ex chiclero tuvo su bautizo en los hatos chicleros de Chiapas, trabajó en la central chiclera Caribal (que, andado el tiempo, Rafael Bernal haría inmortal con su libro sobre el infierno verde), chicleó en la montaña campechana, vino a Peto, casó con una de estos rumbos, fue a trabajar a la hacienda Sisbic, propiedad de Antonio Baduy, en el corte de caña, siembra de maíz y ganadería, regresó al chicle, y en los años finales de esa "época chiclera", vivió los dos ciclones con nombres de mujer que causaron estragos a la apenas aldeana Chetumal, y a la villa de Peto venida a menos cuando la fiebre del chicle se largó para siempre con la hojarasca de sus remolinos y sus tráfagos violentos…Por Petcacab –una tierra de las “tribus de indios rebeldes” (don Juan Blanco dixit)- capeó los torrenciales aguavientos del Janet ensañándose contra las casitas de madera de la sureña Chetumal; y días después, las tetas poderosas del huracán Hilda entrarían por el centro de la península descuajando la selva chiclera, haciendo que Juan Blanco y la cuadrilla de chicleros petuleños capearan la muchedumbre de vientos y agua metiéndose en cuevas y comiendo carne cruda de venado. Hilda sería el ciclón que más recordarían los petuleños mayores de 70 años, porque Hilda sí tocó al pueblo (en Peto, sucede como en Chetumal con Janet: muy pocas mujeres se llaman Hilda): el viejo mercado de la villa con techos de láminas y partes de madera, pasaría a la historia después que el grueso caderamen de Hilda lo hiciera pedazos….Don Juan Blanco recuerda esto, y recuerda otras cosas, pero por el momento, es mejor dejar de teclear.

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