lunes, 23 de julio de 2012

Elogio de las bibliotecas públicas

Mi idea es simple: en vez de matricular a la infancia o juventud a una pinche escuela con profesores igual de pinches pero también oligofrénicos que apenas pueden leer el nombre de sus medicinas, deberíamos agrandar las bibliotecas públicas del país: desde la más lejana biblioteca de pueblo, hasta la más equipada biblioteca de ciudad, la consigna es fomentar la lectura con literatura de calidad...Más y mejores bibliotecas con más libros de literatura, filosofía, historia, antropología, geografía, etc, etc. En vez de crear alumnos "modelos" sin recursos materiales (la indigencia educativa de este país de analfabetos funcionales es aterradora si echamos un vistazo rápido al profesorado sin cabeza), mi utopía es netamente vasconcelista: los libros verdes que llevaban los profesores pioneros a los pueblos, rancherías, sierras, no sé si incidió en la fuerza espiritual del pueblo a que llegaban los libros, pero como dijo alguien, si sacó de la mediocridad a uno solo, solo a uno, mediante la llave mágica de la lectura sin cuartel, Vasconcelos cumplió su prometido. No me gusta darme como ejemplo, pero lo daré: mi socialización primaria fue deficientemente lectora, pero había liibros de texto gratuitos, y había una biblioteca pública con toda la literatura del boom a mi alcance (desde Borges hasta Cabrera Infante, pasando por Monterroso), con los versos de Sabines y las profundidades de Paz para llevar en préstamo. Tengo que reconocer, y darle gracias, a la idea de la red de bibliotecas públicas creada desde los inicios de la Revolución mexicana, tengo que reconocer que mi formación, con fallas, ripios y todo, es debido a que yo sí que le creí a don Juan José Arreola (el autodidacta perfecto), e hice mío la certeza del "pensador inglés" (hasta ahora, no sé quien fue ese "pensador inglés" que señalaban las introducciones de los libros de la editorial Océano que llenaba un estante completo de la biblioteca de mi pueblo), y que decía que "la verdadera Universidad hoy día son los libros". Luego, cuando supe que Saramago no terminó ni su primaria y que nunca estudió para historiador o para "profesor de literatura" o para antropólogo o abogado, etc, etc, y que se la pasaba todos los días, después de salir del trabajo, encerrado en la biblioteca pública de Lisboa leyendo sin un sistema definido estantes y estantes de libros, supe que mi vocación -y mi profesión- sería la de lector. Me defino, no como "historiador", y menos como "abogado", pero sí como un lector que lee con seriedad lo que le pongan enfrente. Me declaro lector en vez de historiador. Antes que nada, y después de todo, soy y seguiré siendo lector, mi oficio es el oficio más viejo del mundo (los primitivos hombres ya leían sus mitos, ya contaban sus historias alrededor del fuego, ya escudriñaban las estrellas). Como Borges, diré que "otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído". Este país necesita de sus lectores, este país necesita, no universitarios, sino simplemente lectores....

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