jueves, 8 de marzo de 2012

Polémica desde Chan Kom: en defensa del INI histórico

Yo reivindico el pensamiento antropológico de Gonzalo Aguirre Beltrán, de Villa Rojas, et al. No se puede ser relativista (¿tengo que decir que soy un neoevolucionista de armas tomar?), y por eso me interesa el proceso de integración nacional que el INI histórico puso como caballo de batalla mediante sus distintos centros coordinadores indigenistas para la plena integración nacional de las múltiples etnias del país. Esto viene a colación por un artículo de Villa Rojas aparecido en el libro “INI, 30 años después. Revisión crítica” (1978). Villa Rojas, desde la aldea de Chan Kom, se amarró en una polémica contra los calumniadores del INI (la querella iba contra el etnomarxista Gilberto López y Rivas, un totalitario secular), y hacía unas precisiones a dichos calumniadores emparentados con las corrientes ideológicas del mundo maniqueo de la Guerra Fría, que vistos a la distancia, causan resquemor y sonrojo: los etnomarxistas, el ala radical o estalinista de los antropólogos críticos o “etnopopulistas” como Bonfil Batalla o Arturo Warman, eran, recordaba Leticia Reina, de la idea de que “lo importante era dilucidar cuál era el papel de los pueblos indígenas en el proyecto democratizador de la sociedad y en la construcción del socialismo”, planteando, además, “el origen clasista de las etnias”. 
Díaz Polanco y el estalinista Bobos y Rivas, son casi los únicos desquiciantes apologistas de esta vena radical del pensamiento antropológico del siglo XX (si no los únicos, los que vale la pena leer). Pues contra esta desviación antropológica iba la “Polémica desde Chan Kom” escrita por Alfonso Villa Rojas. Desde el corazón de la zona maya, casi totalmente incomunicado salvo unos pocos periódicos y revistas que espaciadamente llegaban al pueblo, Villa Rojas, ocupado en hacer una investigación sobre el proceso de cambio socio-económico en la región oriental de Yucatán y Quintana Roo incluido, se pudo enterar “de la nueva oleada de ataques que se hace al Instituto Nacional Indigenista”. Citaba un artículo de Bobos y Rivas intitulado “La Castellanización de los indígenas para acelerar el Etnocidio”, aparecido en el Proceso del 16 de octubre de 1978. Palabras más, palabras menos, Bobos y Rivas decía que la imposición lingüística, cultural y económica de la sociedad dominante hacia los grupos indígenas, desembocaba en un proceso de desintegración, al cual se le nombra etnocidio por el estado de “anomia” y la “pérdida de identidad étnica” así como la “desaparición cultural” que lleva consigo ese acto de barbarie neocolonial instrumentado por los aparatos integradores del Estado (escuela, carreteras, sistemas de salud y sistema económico capitalista). Pues bien, a esas peregrinas y fatuas disquisiciones, Villa Rojas respondía con unas ráfagas de ironía: 

“Como se ve…la política de integración nacional que persigue el Instituto Nacional Indigenista, sólo conduce a estados catastróficos entre los grupos que trata de mejorar, hasta el punto de acabarlos como entidad tribal. Llevarles carreteras, escuelas, clínicas médicas, postas zootécnicas, unidades agro-pecuarias y demás recursos de la vida moderna, resulta contraproducente por la simple razón de acabar con los modos obsoletos de su vida tradicional”. 
 
Villa Rojas indicaba que este vano farfullar de los estalinistas etnomarxistas, se apoyaba en la excéntrica idea del “relativismo cultural” propuesto por autores como Westermarck o Herskovits, que ponían énfasis en “la dignidad inherente en todo cuerpo de costumbres y en la necesidad de guardar tolerancia hacia ellas, aún cuando puedan diferir de las nuestras”. Es un hecho que plantear de ese modo la tolerancia hacia las otras costumbres, implica estar de acuerdo en llevar el nihilismo de los valores humanos hacia una paila o marmita en donde se derritan nociones de universalismos interpretativos, y favorecer escalas de horror como la ablación que practican algunas tribus de África, el linchamiento en ciertos pueblos del centro de México, el machismo uxoricida de ciertas comunidades indígenas, el patriarcado autoritario de la sociedad maya yucateca, el pensamiento mágico que cree en ingenuidades infantiles como los “señores del monte” o los rituales de la lluvia; o en ejemplos que da el propio Villa Rojas, en tolerar la poligamia o la caza de cabezas en las selvas amazónicas. 

 Frente a esa especie especiosa de teorías “hippies” que creen en eso de “déjalo ser”, Villa Rojas planteaba que el relativismo a ultranza no tiene razón de ser si uno considera que, más allá de los diversos trajes culturales, el Hombre, en la intimidad universal, sólo posee un traje único, y ese traje es el traje de su condición humana: “La cosa cambia –dice el evolucionista ex profesor de Cham Kom- si se le sitúa dentro de una escala universal de valores, pues, entonces, se tendría que una cultura es mejor que otra en la medida que permite un mayor control sobre el medio ambiente y mayor oportunidad de pleno bienestar”. 

Desde Boas hasta Gamio, los pilares de la antropología han considerado que “el fin último de su ciencia era alcanzar la superación del Hombre mediante el aprovechamiento adecuado de los principios básicos de la conducta humana”. Darles las herramientas de la técnica, de la industria, para la inserción de los grupos indígenas a la sociedad dominante, era, y es, una política pública del Estado que no debería ser tachada como etnocida por los utopistas urbanos que hablan español o inglés, que son mestizos o blancos, que tienen su auto, que se transportan en avión y fraguan sus disquisiciones exquisitas encerrados en un cubículo aséptico. Villa Rojas lo dice mejor: “Ante este avance incontrolable de la civilización industrial, se hace impostergable proporcionar a los núcleos indígenas elementos adecuados de defensa, tales como el uso de la lengua nacional y los conceptos básicos de la vida moderna…De tal modo podrá evitarse, en grado significativo, que sean fácil presa del engaño y la explotación”.

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