lunes, 25 de abril de 2011

Partículas fugaces de eternidad visible





Me entero por el periódico de la muerte del gran poeta Gonzalo Rojas. Aunque dejé de frecuentar la poesía hara casi un lustro (es relativo mi alejamiento, porque como las fiebres tercianas, recaigo en esa enfermedad de vez en vez), los recuerdos de mis fervorosas lecturas de Rojas, de Parra, de Paz, de Machado, de Borges, Sabines y tantos otros son, arguyo, lo que clarifican y humanizan mis días. No puedo olvidar aquel fragmento del poema del muerto Rojas, porque en su momento me forzó a pergeñar una composición sobre la inefable belleza:




¿O todo es un gran juego, Dios mío y no hay mujer
ni hay hombre, sino un solo
cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas
fugaces
de eternidad visible?

En aquella lejana, y casi olvidada ocasión, escribí que Rojas llegó hacia lo hondo descifrando la terrible condición humana: la solitaria presencia del hombre frente al silencio de lo que perpetuamente le rodea: “estrellas de hermosura, partículas fugaces de eternidad visible”. Hoy descreo de aquello. Ya no veo "estrellas de hermosura" por todos lados, sino una sóla hermosura, un sólo cuerpo de eternidad concreta a mi lado.

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