lunes, 28 de septiembre de 2009

En defensa de las putas


No satanicemos o anatemicemos un trabajo cualquiera, como es el trabajo cualquiera de una puta, en libertad para acostarse o desacostarse con quien quiera. Los lenones y la trata de blancas son otra cosa, hechos delictivos a los que sólo nos resta repudiar. No así el caso de las Putas. Porque las putas tienen derechos, también las putas tienen eso que le falta a muchas señoritas de la "sociedad": dignidad. Y como no es mi intención satanizar a las florecillas, sino de contextualizar un hecho social que se da aquí y en el mesmo Vaticano (en todos los lugares se cuecen habas), y a riesgo de que a este defensor de oficio de las livianas de oficio, la mala leche o la doble intencionalidad de la mojigatería mocha lo ubique como “cliente” asiduo de una mesalina o similar doncella casquivana, escribo la presente misiva, que he denominado, defensa poética de las putas del solar pueblerino.

El pasado 26 de septiembre, leía sin asombro una nota decimonónica escrita en el siglo XXI por el –aquí el rigor de conciencia nos insta, hermanos míos, a santiguarnos antes de decir- Diario de Yucatán, en el que se sataniza una función social que, si se regulariza como debiera ser por el ayuntamiento (lo que no se hace), no suscitaría ningún tipo de problemas. Me refiero al digno trabajo de las sexoservidoras en la Villa, a las que sin eufemismos delicados, es preferible llamarlas como son: putas. Todos los prejuicios de un tejido social, como son los prejuicios mochos, oscurantistas y altamente hipócritas y tartufos, como los prejuicios mochos, oscurantistas y altamente hipócritas y tartufos de la poblada petuleña, se sintetizan en las machistas e ignorantes opiniones de una regidora de salud de este desquiciado municipio. Transcribo unas perlas en el que se liquidan posibles derechos laborales de las sexoservidoras en lugares ad hoc para realizarlos:

a) “Ese tipo de lugares no deben estar en la comunidad ya que son un riesgo para la salud de mucha gente, sobre todo porque no cuentan con un registro y no son supervisadas por salubridad”. El riesgo, habría que escribir de una buena vez por todas, es la ignorancia olímpica de una población estupidizada por su doble moral nauseabunda.

b) “Además se sabe que son mal vistas por la sociedad y por eso se clausurarán” [¡Increíble este! ¿razonamiento? La regidora dice que una casa de citas es mal vista por la “sociedad”. Y me pregunto: ¿A qué sociedad se refiere?, ¿a la de las sotanas y chupacirios?, ¿a las de las beatas malolientes de naftalina que no saben qué es un condón y por eso nadie las gana en parir 15 hijos, o lo que la fértil voluntad de Dios decida?, ¿o a la sociedad destrozada de las sexoservidoras, en su mayoría indígenas, forzadas por injusticias sociales, la falta de oportunidades en un medio donde te piden como mínimo licenciatura para sobrevivir, mientras el marido machista la ha dejado con dos críos? Hay que ser rigurosos en nuestros conceptos].

c) “…la gente que acostumbra a ir a esos lugares [que] tome consciencia de que ponen en juego su vida y la salud de sus familias”. La carne es débil, dicen los Evangelios, y nadie pida a la pobreza de espíritu, declarar su cuaresma infinita llamada abstinencia por el catecismo decimonónico del padre Ripalda: ¿No sería, pregunto, mucho más importante una mayor educación sexual, una difusión de la cultura de la prevención, que no abstención, una rigurosidad en la vigilancia de esos dos prostíbulos señalados por la nota, que en vez de decirnos, casi-casi, que el Sida se pega con un simple saludo?

Me acuerdo de la famosa redondilla de Sor Juana, en el que la décima musa, argüía “de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan”. Dice así el poemita:

“Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis…
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal la haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Y aquí no quiero citar los boleros de Agustín Lara, pero sí el poema en que Sabines se hace de la idea de canonizar a las putas (a todas, terrestres y extraterrestres), y que me sirven de argumentos poéticos en mi defensa sin restricciones de las putas de la aldea:

“Das el placer, oh puta redentora del mundo, y nada pides a cambio sino unas monedas miserables. No exiges ser amada, respetada, atendida, ni imitas a las esposas con los lloriqueos, las reconvenciones y los celos. No obligas a nadie a la despedida ni a la reconciliación; no chupas la sangre ni el tiempo; eres limpia de culpa…No engañas a nadie, eres honesta, íntegra, perfecta; anticipas tu precio, te enseñas…Eres la libertad y el equilibrio; no sujetas ni detienes a nadie; no sometes a los recuerdos ni a la espera. Eres pura presencia, fluidez, perpetuidad…”

Repito: si no hay que satanizar, ¿por qué no canonizar? Al fin y al cabo, el oficio más viejo del mundo, no son de las pobres putitas sino de los ensotanados que hablan en nombre de la fe, la verdad y la voz divina. Y esos (que lo digan sino Marcial Maciel y su pederastas de Cristo) sí que son peligrosos. Peor, ¡incluso!, que la peste mezclada con la lepra.

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