martes, 5 de agosto de 2008

El extremo fantasma

Bais es un tránsfuga del pensamiento matemático que a la temprana edad de 23 años fue forzado a dejar la única pasión que lo orillaba a explotar sus recios pulmones con gritos de alegría enajenante o carajos de molestia deicida: el futbol. Un caníbal defensa –de esos que tal parece que por tacos llevan puestos hachas afiladas- lo barrió por detrás y lo hizo caer a la grava del llano de la Sarabia donde se efectúan los partidos de futbol en la Villa. Milésimas de tiempo antes del instante de ser inexorablemente atraído por la gravitación terrestre, Bais previó que se le iba a desclavar el platino que lleva en el brazo izquierdo -producto de otro encuentro con un distinto caníbal y huella de sus legendarias batallas futboleras- si amortiguase la caída con él. Decidió su destino al poner la derecha. Error gravísimo: por salvar la siniestra a Bais se le quebró la mojigata, y a muchos de los aficionados al futbol local no tuvimos de otra que resignarnos con el retiro forzoso del Extremo fantasma.
El futbol, como el amor, es pura imaginación, es una poesía que se escribe con los tacos en la tierra y con el pálpito del gol en la cabeza de la hinchada y la de los jugadores. Cuando corre el balón, 22 hombres –el árbitro es un accidente- entran a un tiempo mítico: recrean el origen del hombre, y si se es un argentino, la epifanía se concretiza y la mano de Dios hace vacuas las pruebas tomistas de su existencia. Se ha dicho que el juego es la naturaleza del hombre, y se ha dicho también que el futbol es la religión del hombre: Bais fue uno de sus heresiarcas en la Villa.
Su técnica futbolera, aunque era evidente de deconstruir a ojos de los iniciados en los arcanos siniestros del futbol, tenía sus virtudes: Esperaba el pase preciso de Tatos o de otro medio, y mientras se encontraba en el compás de la espera, se rascaba la cabeza o buscaba plática con el defensa más cercano. Esta era su clásica rutina para afantasmarse y distender la concentración del rival. Pero una revirada instantánea y un quiebre en busca de un bombardeo inesperado desde la media hacia el balón que ya aterrizaba directo a sus tacos, hacían vana la carrerita sudorosa del defensa, pues Bais, con un poco de cancha y con la flexibilidad de su cuerpo sin libras de grasa, pegaba un desboque infernal con el balón engrampado a sus botines, dejando sembrados a cuanto defensa intentara frenarlo. Un potente cañón salido de su flaca pierna de posible bolerista, generalmente ponía la esférica al fondo interminable de las redes. Los Condor´s ganaron de nuevo, y el extremo fantasma se regodea en su gloria instantánea.
En el fútbol, como en el espectro social, también existe sus divisiones de clase. Confieso que dejé de irle al América influenciado tal vez por mis lecturas pequeño-marxistas. A Bais le vale madres esos remilgos ideológicos y es un convencido seguidor del equipo de la burguesía. Es de los pocos futbolistas de la Villa que jugó la mayoría de sus partidos con el equipo de su infancia: los Condor´s de la 28, y esto es digno de comentarse en un medio futbolero como el de la Villa donde se cambia fácilmente la chaqueta como novias casquiblandas. Sería impensable que Bais jugara con Pumas –equipo cuya memoria me es asquerosa-, con los mercenarios del cacofónico Barrio Pobre, o con los católicos de las Tres Cruces. Bais fue cóndor, morirá cóndor, y, para mi mala fortuna, seguirá siendo americanista a pesar de mis diatribas de clase.

No hay comentarios:

Archivo del blog