miércoles, 25 de junio de 2008

El cadáver más viejo de Colombia


El pasado 26 de marzo se petateó uno de los grandes hitos de la historia universal de la infamia marxista que viera la luz en estas tierras tan desmadreadas de América: se trata de Manuel Marulanda “Tirofijo”, un chacal insaciable de sangre y carne colombiana que nunca dejó de ser el carnicero de Genoveva, Quindío, Colombia. Tenía 78 años cuando vino a la muerte desde el sumidero de las edades de la violencia colombiana que el Bogotazo iniciara. El tiro fijo de un cáncer certero lo mandó directo al reino del espanto, al reino de ultratumba, lugar donde seguramente lo esperaba Jack el Destripador de prostitutas londinenses; Pol-Pot el apilador de tibias y calaveras camboyanas; Hitler restregándose su lomo con jabones hechos con las grasas de seis millones de judíos; los distintos primeros ministros israelíes -¿ha muerto Sharon?- matando con morteros y tanques a niños, hombres, mujeres y viejos palestinos indefensos o armados con piedras para defender sus frágiles posiciones terrestres, la poca tierra que les queda; todos los presidentes priístas que gracias a Dios han muerto; el pederasta padre Maciel y algunos de sus curas sodomitas; Pinochet y sus estadios de fútbol ominosamente rememorando las fiestas orgiásticas de muerte del Coliseo Romano de los Césares; Castro (no ha muerto ese cadáver, pero imaginemos que sí para nuestra salud mental) pudriendo o matando en mazmorras húmedas e insalubres del Morro a los disidentes cubanos que piden no revoluciones de terciopelo -que se hacen eternas porque el dictador no se atreve a morir- sino revoluciones democráticas de inmediato, sin plazos hermanísticos.
Murió Tirofijo, y la bella y des-Chávez-tada Lucía Moret anda inconsolable sonándose los mocos de su aflicción totalitaria. No llorés mi niña Moret, que ogros como ese, para nuestro mal mamacita, abundan en estas tierras contaminadas de Utopía.
Buscaba la paz, dicen burdamente los adláteres del chacal que desangró a Colombia. Los caminos del socialismo y del hombre nuevo, argüirá uno de esos idiotas que omiten la dialéctica de la historia y que abundan como la peste en las catacumbas de Filosofía de la UNAM, no se hacen con flores ni ternezas. Ya lo dijo Marx, la violencia partera, etc., de la historia, etc. Y uno se pregunta, ¿en cuanto ascienden las estadísticas de muerte que arrojó los cuarenta años de “lucha revolucionaria” de este carnicero que en su vida de lecturas reposadas del Des Kapital y fiestas de las balas no comprendió que su utopía militarista me valdría madres si no me da para tragar, si me es improductiva, si desencadena nuevas y más explosivas violencias, si crea por ondas expansivas de pólvora grupos de autodefensa –los llamados paramilitares- de la oligarquía terrateniente y de los propios narcos que no toleran la “coexistencia pacífica” con las huestes de Tirofijo, para no pagar el impuesto sobre cultivos de coca, pistas de aterrizaje clandestinas y laboratorios de procesamiento; el llamado “Gramaje”? siendo el secuestro y la extorsión la “herramienta” de los grupos militares de izquierda para recaudar fondos a su “causa revolucionaria”, recordemos cómo los hermanos Fidel y Carlos Castaño -, los creadores de un paramilitarismo incremente y sanguinario- por un secuestro de su padre por parte de las FARC que no pudieron pagar, y al saber de la muerte del viejo, pasaron de ser unos traficantes de esmeraldas y coca de segundo rango, a convertirse en el brazo armado de narcos y de la oligarquía terrateniente para perseguir, torturar y ajusticiar con brutal impiedad a la guerrilla y a la población civil sospechosa (es decir, inocente) de colaboración con la guerrilla de las FARC o el ELN:
En 1981, en el pueblo minero de Segovia, las FARC secuestraron al padre de Fidel Castaño, un traficante de segunda que se dedicaba al contrabando de drogas y de esmeraldas. Ese crimen tendría la más fatídica consecuencia”.
En efecto, las consecuencias fueron el incremento sustancioso y brutal de la violencia colombiana, inserta la sociedad entera en una novela negra donde lo que menos se pensaba era la esperanza de la paz:

Según cuentan Fidel y su hermano menor Carlos, los guerrilleros —viejos conocidos de los Castaño— exigieron un rescate que excedía por mucho la capacidad económica de la familia. Los hermanos ofrecieron lo que estaba dentro de sus posibilidades. La guerrilla no aceptó. En lo que Carlos luego calificaría de ‘error’, Fidel les envió a los secuestradores una carta en la que afirmaba que, en caso de que la familia lograra reunir una suma de dinero mayor a la ofrecida, ‘sería exclusivamente para luchar contra ustedes’. Fidel alguna vez contó que, en el cautiverio, su padre, que llevaba días atado a un árbol, se dio de golpes con la cabeza contra el tronco hasta perder el conocimiento, y que los guerrilleros "lo dejaron morir" así, al parecer de un ataque cardiaco. En su relato impreso, Carlos cuenta que los de las FARC mataron directamente a su padre cuando la familia no logró reunir el dinero del rescate.
Hoy en día ese tipo de detalles le importan a mucha gente, las FARC incluidas, porque, según un sobreviviente al que entrevisté en 1989, en 1983 un grupo de hombres comandados por Fidel Castaño pasó como guadaña por los pueblos cercanos a Segovia, donde Castaño dedujo que habían mantenido cautivo a su padre. Arrancaron a bebés de brazos de sus madres y los mataron a tiros; clavaron un niño a una puerta, empalaron a un hombre en un poste de bambú y descuartizaron a una mujer a machetazos. Hubo 22 muertos. Fue la primera masacre de tales dimensiones en Colombia desde los tiempos de La Violencia: la brutal guerra civil que se desató entre 1945 y 1965.


Fue también el inicio de una serie de matanzas que desde entonces le han costado la vida a miles de hombres y mujeres en pueblos que, supuestamente, brindan refugio a la guerrilla. Antes de morir en combate hace algunos años, Fidel Castaño organizó a su gente y a otros grupos aliados en las llamadas Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, o ACCU. Lo sucedió Carlos, su hermano menor, quien transformó la alianza en un grupo armado en extremo eficiente que, a su vez, hizo un pacto con otras agrupaciones similares a lo largo del país, creando las Autodefensas Unidas de Colombia. En una entrevista televisada que se transmitió hace poco, Carlos Castaño aduce que su asociación cuenta ya con 11,200 integrantes. La cifra real se calcula en la mitad, pero no es difícil creerles a los líderes de las Autodefensas cuando afirman que les gustaría que los números crecieran más despacio, porque, a pesar de que cada día hay más guerrilleros y más de sus simpatizantes por exterminar, no es fácil controlar a tal cantidad de voluntarios”[1].


Derecha, paramilitares, FARC, ELN, en nada se diferencian si de formar un orden neoliberal o socialista yuxtapuesto sobre pilas y pilas de cadáveres se refiere; o sobre ingenuidades burguesas de tontas inútiles como en el caso de la bella Moret. Al fin y al cabo, sus medios violentos para perseguir sus objetivos las emparenta y rubrica como grupos terroristas: no es el fin, sino los medios violentos para calificarlos como terroristas, ¿y cuáles son los medios implementados por las FARC? Apuleyo Mendoza nos da unos ejemplos:

“De los hechos típicamente terroristas de la guerrilla atraparía a vuelo de pájaro algunos muy indicativos. Por ejemplo: a una pobre campesina, llamada Ana Elvia Cortés, dueña de media docena de vacas, recaudadores de impuestos de las FARC le colocaron en mayo de 1999 un collar bomba para obligarla a pagarles la suma que le habían fijado. La mujer anduvo varias horas con el collar en el cuello ante la impotencia de vecinos, policías y fotógrafos. Finalmente perdió la vida cuando estalló el explosivo. El macabro recurso utilizado por la guerrilla tenía como propósito hacer saber a los campesinos de la región lo que podía ocurrirles si no pagaban su respectivo tributo. Una vez más, el terror como arma de extorsión.
Si hechos como éste no bastaran para identificar como terroristas a las FARC y al ELN, podrían citarse las bombas colocadas en el piso 39 de un lujoso hotel de Bogotá, los coches bomba en diversas ciudades del país, el asesinato de tres indigenistas americanos ordenado por un frente de las FARC o el fusilamiento de tres misioneros de la misma nacionalidad después de veintinueve meses de cautiverio, los catorce atentados contra el entonces candidato y ahora presidente de la República Álvaro Uribe Vélez, el secuestro de niños menores de diez años de edad en los autobuses escolares, el de los feligreses de una iglesia en Cali o de los pasajeros de un avión de Avianca que volaba de Bucaramanga a Bogotá, los atentados dinamiteros a oleoductos y torres de energía eléctrica, la matanza perpetrada en la población de Bojayá, el 4 de mayo de este año, cuando la iglesia donde se habían refugiado sus aterrorizados pobladores, ante un ataque de las FARC, fue pulverizada con un cilindro de gas repleto de dinamita ocasionando la muerte de 114 personas, de las cuales 43 eran niños”[2].

Pero bueno, ha muerto el “asesino desinteresado” Manuel Marulanda Tirofijo, y tal vez un juglar de la sabana colombiana aficionado a Borges, escribiría los siguientes versos al rasgueo de la guitarra, cuando la tarde cae con las sombras de la noche:

Traiga cuentos la guitarra
De cuando Tirofijo guerreaba,
Cuentos de minas y de muertes humanas,
De paramilitares y narcos,
Cuentos del Medellín sangrante
Y del camino del espanto.


El sicofante del presidente nicaragüense Daniel Ortega, el alguna vez guerrillero católico de la Nicaragua bellamente violenta, y hoy zombi nomás movido por el virus chavista de los petrodólares, desde los abismos esquizofrénicos de una izquierda ingenua y paleolítica, ha hecho la esquela-semblanza del cadáver más tirano de Colombia: “Fue un gran hombre, honesto, sencillo y valiente. Desde hace más de 10 años buscaba caminos de paz en Colombia. Estaba dispuesto a entrar en un proceso conveniente y justo, que incluyera el intercambio de presos de ambas partes, pero en Colombia hay una oligarquía pro imperialista que no quiere la paz”. (Vean sección internacional del Diario de Yucatán del lunes 26 de mayo). No sé bien a bien cuales son los parámetros para medir la grandeza de los hombres que tiene el señor Ortega en su caletre, pero me los imagino:
1.- Tirar certero una bomba contra civiles no combatientes y salir después con el pretexto de que se trató de “errores” de combate, como es el caso de la masacre de Bojayá, (4 de mayo de 2002) donde 110 colombianos –niños, viejos, mujeres, aclaro que las huestes del carnicero no clasifican a sus víctimas, son simples estadísticas contabilizables, muertes inútiles para la consecución del poder- que se encontraban en una Iglesia en día domingo, perdieron la vida. Mal día para rezar: Dios no se encontraba para ellos cuando paramilitares, según informes de la ONU, buscaron refugio en la iglesia de Bojayá para escudarse de las FARC. Las FARC tiraron la bomba, y posteriormente reconocieron este acto criminal como un “error” solamente. No sólo a indígenas matan rezando, y no solo priístas matan de esa forma.
2.- Tachonar de minas anti-personas (los colombianos las adjetivan siniestramente como “quiebrahuesos”) el suelo de Colombia donde se concentran las huestes de las FARC -desde 1998, con Andrés Pastrana en la presidencia, una “zona desmilitarizada” de 42,000 km2 (casi la extensión total de, con los municipios colombianos de Meseta, La Uribe, La Macarena, Villahermosa y San Vicente del Caguán controlados por el poder de las armas de las FARC-, Human Rights Watch ha denunciado el reclutamiento de menores de 10 o 12 años de edad, sin que burgueses como la Moret protesten por esa opresión de la izquierda paleolítica. Sobre estas concesiones de tierra efectuadas por el gobierno del “Mago del mundo virtual, Plinio Apuleyo Mendoza señala los trágicos efectos: “Pero la realidad acaba derrotando los juegos de imagen. Tres años y medio después de iniciado el mal llamado proceso de paz, los hechos típicamente terroristas de las FARC obligaron al presidente colombiano a darlo por cancelado. De la paz jamás hubo ningún atisbo. Al contrario, nunca ha sido más catastrófica y sangrienta la situación de Colombia. Las cifras lo dicen: treinta mil asesinatos y tres mil secuestros por año, y dos millones de desplazados. La guerrilla ha aumentado en un 35% sus efectivos y ha engrosado considerablemente su armamento, gracias a diez mil fusiles recibidos de Jordania por conducto del siniestro Vladimir Montesinos, que los hizo llegar a las FARC mediante el pago de una suma millonaria. En la vasta zona de despeje, ya cancelada, se duplicó la siembra, procesamiento y exportación de coca. También se convirtió en campo de concentración de secuestrados, lugar donde se negociaban y pagaban los rescates y donde se promulgaron leyes de la guerrilla, como la Ley 002 del Caguán, según la cual se exige a toda empresa o persona con un patrimonio de un millón de dólares o más pagar un 10% a las FARC, so pena de retención (secuestro) o acción terrorista contra sus bienes.
a) Irse directo contra la población no combatiente, la población civil, envenenado un acueducto en el departamento de Huila, días antes de que se cancelara en 2002 la enésima negociación de paz entre las huestes del carnicero Tirofijo y el no menos enfermo gobierno derechista, pero legítimamente constituido por medio del voto popular, de Colombia.
b) La grandeza de un hombre, según Ortega estribaría en qué tan cobarde eres con las damas (yo, confieso, a Moret la llevaría al cielo meridano a cantarle “Peregrina” y recitarle los Veinte poemas de Neruda, etc., etc.): la verdad, no es de caballeros, y menos de grandes hombres, lo que le hicieron a Ingrid Betancourt: cuando se encontraba en campaña por la presidencia de Colombia, la valentía o tal vez la candidez de Ingrid la impelió a ir a dialogar con los insurgentes. Estos no lo pensaron dos veces, y pues decidieron secuestrarla, poniéndole desde el primer momento los grilletes de la cobardía, explicitando con esto el esclavismo que sufren diversos sectores de la población colombiana secuestrados por la guerrilla del por fin ya cadáver, el carnicero Tirofijo: desde terratenientes, comerciantes, campesinos, empresarios, turistas, niños, políticos, militares y policías; de entre éstos últimos, algunos tienen más de 11 años de cautiverio en la selva, con condiciones infrahumanas de existencia. Me pregunto, ¿estas son las “propuestas de paz” de las FARC que quería conocer Lucía Moret? Su dicho, sobre las “propuestas de paz” de las FARC, es un insulto a la vida o al recuerdo de los innumerables muertos, bombardeados, mutilados por minas anti personas, secuestrados en las soledades infernales de las selva húmedas de la Amazonía colombiana. Más que insulto, una idiotez.
c) El gran hombre sería, según la visión más ignara y cavernaria de cierta izquierda paleolítica que bebe de los pedos de los petrodólares salidos del palacio de Miraflores, un súper empresario del narcotráfico: no Pablo Escobar fue el gran capo del narco en Colombia, sino Tirofijo. Reticentes en un primer momento a participar de las bondades de la coca, ya a principios de los años ochenta las “zonas libres” de las garras del Imperio que administraban las balas irascibles de las huestes de Marulanda, le entraron al desmadre y a la cosecha de la coca: primero con el llamado “Gramaje”, es decir, el impuesto sobre los cultivos ilícitos, aplicable en un primer punto a campesinos guerrilleros. Posteriormente vendrían los nexos con los carteles de la droga de Medellín y Cali para que estos tuvieran el salvoconducto para sus pistas de aterrizaje clandestinas, además de la instalación de sus laboratorios para el proceso de la fina. Según la Unidad de Información y Análisis Financiero (UIAF) del ministerio de Hacienda de Colombia, en 2003 este gramaje significó a las FARC $ 600 millones de dólares para su financiamiento. No obstante esa cantidad, la mayor suma para sus “gastos de guerra” y seducción –quise decir concientización- a las muchachas ingenuas como la Moret, provienen de los secuestros y las extorsiones a la población civil.

Esos serían, más o menos, los parámetros con que el cacaseno de Daniel Ortega calcula la grandeza de los hombres. Ante eso, solamente nos queda recordarle lo que dijera León Felipe sobre la poesía: “Poesía es transformar una bacía de barbero en un yelmo de Mambrino”, decía el poeta. Ortega podría suscribir ese dicho, pero con la inmensa diferencia de que Ortega no ha hecho poesía: ha dicho, eso sí, una soez mentira, una banalidad idiotizante: “El crimen perfecto –diría Ortega-, la anti poesía perfecta es transformar a un carnicero asesino en un modelo de virtudes parecido a la castidad de mi abuela”.
Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, entre otros organismos internacionales, han incriminado a las FARC por violaciones al derecho internacional humanitario y al Protocolo II adicional a los Convenios de Ginebra, por los siguientes delitos: reclutamiento de menores, secuestro de civiles, toma de rehenes, desapariciones forzadas, actos de violencia sexual contra niñas, como violaciones y torturas, trato inhumano a rehenes, entre otros actos abominables.
No soslayo la brutalidad del Estado derechista en Colombia, que con Uribe se ha recrudecido desde 2002. Weber tal vez se hubiese equivocado al conceder monopólicamente la violencia al Estado. Los pacifistas bobos –no creo serlo- tal vez no se les justificaría al avalar la crudeza del gobierno colombiano para instaurar la paz en Colombia a como de lugar y cueste lo que cueste. Es posible que los objetivos de las FARC –el desarrollo de un proyecto revolucionario de carácter marxista-leninista para la Gran Colombia, que incluye la toma del poder por las armas para acabar con las desigualdades sociales, políticas y económicas que existen en Colombia, recobrando la “soberanía nacional” de las manos del Imperio- sean, en el fondo, pero muy en el fondo de las innumerables muertes, loables en cierto sentido por su irrealidad claustrofóbica, ahistórica.
Es posible que Uribe sea solamente un psicópata que se quiere vengar a como de lugar contra los asesinos de su padre. Es posible que el Estado de derecho, las leyes y la Constitución de Colombia, como dijera un literato del siglo XIX de cuyo nombre quiero pero no me acuerdo, se hizo para los ángeles pero no para los colombianos. Es posible que la Moret, pensándolo bien, sea no una chilanga ingenua, sino una Juana de Arco del siglo XXI. Es posible que Sheridan se equivoca y que a mi me remuerde la conciencia por haber confesado mi arrobamiento por esa chilanga que alza el puño izquierdo y ve detrás de sus anteojos a los distintos cerdos que chillan para ser parte de su piara.

Chetumal Quintana Roo, 27 de mayo de 2008.



[1] Guillermoprieto, Alma, “La otra guerra de Colombia”, Letras libres, agosto de 2001
[2] Apuleyo Mendoza, Plinio, “Las FARC, un enclave terrorista en Colombia”, Letras libres, México, septiembre de 2002.

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